La distancia que tiene el poder de hacer crecer el deseo. La distancia...que se vuelve el refugio de la cobardía por no dar ese paso hacia la nada, o el éxito. Podría ser sinónimo de miedo, pero no esta vez. El miedo paraliza, otro poder bien conocido, en cambio la distancia logra excitar cuando se sabe que aunque el camino sea largo, tiene un destino final.
Se es capaz de ser feliz en la distancia, durante la espera, cuando no solamente vale la pena la espera (a falta de una expresión menos trágica), sino que el tiempo de espera es en realidad otro camino hecho. Una senda haciéndose, nada más que para poder dominar eso que se sabe que es el destino final.
Siempre hay algo más: entre los silencios, las miradas, los saludos esquivos... Las noches de este otoño traen una sensación insólita que enreda y quiebra la mayor incredulidad: la tuya, que desde tu distancia ya compartimos lo nuevo que ninguno sabemos. Pero se sabe que es el destino final.
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