miércoles, 2 de noviembre de 2011

tus Pies, Lejanos ya







Parecía que la inercia del tiempo la mantenía estancada allí, paralizada.
Sin embargo, lo ruda que fue sencillamente se transformó en su mejor arma para enfrentarse a si misma. Se arrastró hasta la silla en el último rincón de su ser, se obligó a sentarse allí, se encadenó a esas patas y dejo que se encendiera una luz blanca, profunda, penetrante. Esa luz la iluminó durante noches, sólo transcurrieron noches. Los días eran momentos de razón y sinceridad, que en realidad se convertían en un respiro, fue la fuerza para seguir hurgando dentro de si.
Le llevó bastante tiempo dejar de mentirse y empezar a aceptarse defectuosa, mortal, infeliz, mentirosa y perfectamente idiota por desperdiciar tanto tiempo creyendo que alguien más podría arreglar el desastre que ella misma dejó hacer, ayudó a hacer y se encargó de mantener...
Y al final, pero no el final de finales, llegó a la certeza de que existir no es suficiente, vivir tampoco.
Enfrentarse verdaderamente a la tempestad es querer enfrentarla aún aceptando la condición de mortalidad. Vivir no es ser feliz, enamorarse o que el horizonte sea alguien más, no. Vivir es saberse próximamente efímero, y aún esclavizados a esa cláusula, querer seguir hasta estrellarse contra el invierno, contra su frío viento. Sin embargo, en ese lugar frío, llámese sociedad, mundo o el propio cuerpo, sólo la razón y el sentimiento autentico son las fuerzas para seguir.







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